Una vez, sorprendí a mi hermano mientras le definía poema a su hijo, de 6 años. Un poema, le dijo, es una manera fácil de decir cosas difíciles.
Las fotos de Centelles, como un poema, nos sirven paras hablar de cosas importantes. Por ejemplo, al poner una foto de Centelles en la Rambla, frente al lugar donde se exhiben las que hizo en un campo de concentración, estamos desvelando la perversa relación de causa y efecto que las une. Extrapolando, distinguimos muchos más ciudadanos afectados por esa misma relación.
Otra estrofa. Al yuxtaponer las dos fotos de Forats de Bala, realizadas por un Agustí Centelles en metamorfosis, ante un estado en colapso por una guerra, hablo de la metamorfosis por la que estamos pasando, ante un Estado, de nuevo en un colapso, inducido esta vez, por una crisis económica, que veremos como nos deja cuando se vaya. Si se va.
La adquisición por parte del Estado del archivo fotográfico de Centelles — un fondo químicamente estable, pero histórica y políticamente vivo — nos propone nuevas metáforas sobre las que meditar. Sigámoslas.
Las dos administraciones estatales implicadas, han decidido entrar en competencia de si mismas y encarecer una compra realizada con dinero público. Esta decisión puede haber sido tomada por acuerdo o por desacuerdo. Eso es igual. El caso es que el sistema legal que las rige lo permite. Miembros de estas dos administraciones estatales intentan ahora justificarse aduciendo razones sentimentales o las ventajas que determinada parte del territorio puede ofrecer para la conservación, exhibición y estudio de ese material. Es igual que esas fotos se conserven en Sant Cugat, o a 200.000€ de distancia. Porque, en ambos casos, el fondo está en territorio del Estado Español, que es quien lo ha comprado. Cabe recordar que, si el fondo lo hubiera adquirido la Generalitat, seguiría perteneciendo al mismo Estado. Esto puede gustar o no, pero está legitimado por un corpus legal que, entre otras tantas prestaciones, permite predecir el apellido del jefe del Estado en varias generaciones.
Augurios tan caprichosos como este o configuraciones administrativas con las que no estamos de acuerdo merecen un debate (aunque quizás no se pueda). Pero, en cualquier caso, no se debe mezclar a Agustí Centelles, a sus herederos ni a las fotos que entre todos ellos han custodiado, en todo esto.
Volviendo al ámbito fotográfico, esta adquisición ha puesto en evidencia la carencia estructural de mecanismos de flujo de las colecciones y fondos privados a la disposición del público. En la actualidad, este mecanismo queda al albedrío y la buena o mala disposición de las partes. En este caso, hay que recordar que, nos guste o no la decisión de los vendedores, se trata de una opción personal respecto a unos objetos de su propiedad.
En el caso de los compradores, es decir, nosotros, creo que se nos debe una explicación por parte de las personas responsables y sobre las que hemos delegado nuestra soberanía. Estaría bien que esta explicación estuviera desprovista de carga política o sentimental y se ciñera a términos fotográficos y patrimoniales. Supongo, tanto los cargos políticos de la Administración Central, como los de la Autonómica habrán actuado asesorados por unos equipos de técnicos que les podrán echar una mano.
Y hablando de temas patrimoniales. Merece una mención la incoación del expediente de inclusión del archivo en el catálogo de Patrimonio Cultural de Cataluña. Es una oda al funcionamiento de los catálogos patrimoniales por aquí abajo.
Las fotos de Centelles, como un poema, nos sirven paras hablar de cosas importantes. Por ejemplo, al poner una foto de Centelles en la Rambla, frente al lugar donde se exhiben las que hizo en un campo de concentración, estamos desvelando la perversa relación de causa y efecto que las une. Extrapolando, distinguimos muchos más ciudadanos afectados por esa misma relación.
Otra estrofa. Al yuxtaponer las dos fotos de Forats de Bala, realizadas por un Agustí Centelles en metamorfosis, ante un estado en colapso por una guerra, hablo de la metamorfosis por la que estamos pasando, ante un Estado, de nuevo en un colapso, inducido esta vez, por una crisis económica, que veremos como nos deja cuando se vaya. Si se va.
La adquisición por parte del Estado del archivo fotográfico de Centelles — un fondo químicamente estable, pero histórica y políticamente vivo — nos propone nuevas metáforas sobre las que meditar. Sigámoslas.
Las dos administraciones estatales implicadas, han decidido entrar en competencia de si mismas y encarecer una compra realizada con dinero público. Esta decisión puede haber sido tomada por acuerdo o por desacuerdo. Eso es igual. El caso es que el sistema legal que las rige lo permite. Miembros de estas dos administraciones estatales intentan ahora justificarse aduciendo razones sentimentales o las ventajas que determinada parte del territorio puede ofrecer para la conservación, exhibición y estudio de ese material. Es igual que esas fotos se conserven en Sant Cugat, o a 200.000€ de distancia. Porque, en ambos casos, el fondo está en territorio del Estado Español, que es quien lo ha comprado. Cabe recordar que, si el fondo lo hubiera adquirido la Generalitat, seguiría perteneciendo al mismo Estado. Esto puede gustar o no, pero está legitimado por un corpus legal que, entre otras tantas prestaciones, permite predecir el apellido del jefe del Estado en varias generaciones.
Augurios tan caprichosos como este o configuraciones administrativas con las que no estamos de acuerdo merecen un debate (aunque quizás no se pueda). Pero, en cualquier caso, no se debe mezclar a Agustí Centelles, a sus herederos ni a las fotos que entre todos ellos han custodiado, en todo esto.
Volviendo al ámbito fotográfico, esta adquisición ha puesto en evidencia la carencia estructural de mecanismos de flujo de las colecciones y fondos privados a la disposición del público. En la actualidad, este mecanismo queda al albedrío y la buena o mala disposición de las partes. En este caso, hay que recordar que, nos guste o no la decisión de los vendedores, se trata de una opción personal respecto a unos objetos de su propiedad.
En el caso de los compradores, es decir, nosotros, creo que se nos debe una explicación por parte de las personas responsables y sobre las que hemos delegado nuestra soberanía. Estaría bien que esta explicación estuviera desprovista de carga política o sentimental y se ciñera a términos fotográficos y patrimoniales. Supongo, tanto los cargos políticos de la Administración Central, como los de la Autonómica habrán actuado asesorados por unos equipos de técnicos que les podrán echar una mano.
Y hablando de temas patrimoniales. Merece una mención la incoación del expediente de inclusión del archivo en el catálogo de Patrimonio Cultural de Cataluña. Es una oda al funcionamiento de los catálogos patrimoniales por aquí abajo.
Bien contado. Pero dudo entre ponerme combativo y cargarme de antiácidos o meterme a monje budista y dedicarme a la meditación y al sexo tántrico. Me temo que nos espera más de lo mismo por generaciones...
ResponderEliminarIsidre,
ResponderEliminarTienes razón.
A mi esta situación me recuerda cuando, en los años setenta, las asociaciones de vecinos reclamaban un semáforo en algún cruce y este no llegaba hasta que se había atropellado a alguien. Generalmente un niño.