Inauguración del monumento a Pi i Margall, Carlos Pérez de Rozas, 14 de abril de 1936.
(foto Ricard Martínez, 2010)
Hace ya un tiempo destaqué unos fragmentos de este artículo publicado por Ricard Vinyas en Quadern de El País, el 20N de 2008.
Apenas se perciben noticias de la ciudad inmoral, y nadie se debería sorprender, ya que lo inmoral es lo que la ciudad oficial considera incómodo, doloroso o presuntamente conflictivo y en consecuencia lo encubre, le lava la cara, lo descompone o simplemente lo obvia, y así, a pesar de que existe y vive, la noticia que conlleva resulta intransitiva, muerta.
Apenas se perciben noticias de la ciudad inmoral, y nadie se debería sorprender, ya que lo inmoral es lo que la ciudad oficial considera incómodo, doloroso o presuntamente conflictivo y en consecuencia lo encubre, le lava la cara, lo descompone o simplemente lo obvia, y así, a pesar de que existe y vive, la noticia que conlleva resulta intransitiva, muerta.
Los primeros usuarios de la fotografía instalada en el Cinc d'Oros se retratan ante ella, instantes después de que fuera montada, el 8 de junio de 2010.
(foto Ricard Martínez, 2010)
(foto Ricard Martínez, 2010)
Me refiero a lo inmoral en relación con el patrimonio de valores civiles y su representación simbólica en esculturas, estelas, monumentos o placas que conmemoran algo, o en lugares y edificios donde la dictadura vulneró los derechos de las personas, constituyendo el referente ciudadano del miedo, como es el caso de la Jefatura de Policía situada en la Vía Laietana, un edificio que pertenece al Estado y que ni el Gobierno de la ciudad ni el de la Generalitat han recuperado, ni como propiedad ni siquiera como patrimonio democrático propio, señalizando, informando qué sucedió en ese lugar, por qué fue tan siniestro. El inmueble existe, su voz espera sin que casi nadie con autoridad política el reclame. Y espera también la desaparecida cárcel de mujeres de Les Corts a que algún día algo recuerde - aunque sea sólo un árbol, un rosal, un cartel - que allí existió un convento donde fueron cerradas, por ser desafectas a la dictadura, miles de mujeres con sus hijos, algunos de los cuales se perdieron para siempre. La realidad incómoda de estos lugares los sitúa en el patrimonio inmoral de la ciudad.
La foto, casi invisible, durante la mani del 10J.
(foto Ricard Martínez, 2010)
(foto Ricard Martínez, 2010)
Carme Molinero ha probado que la imagen de la República transmitida a la generación política de la dictadura y la Transición fue una imagen idealizada, pero también la de un tiempo cuya única identidad fue el conflicto permanente, la tensión continua, la de todo aquello que no debe volver. Así, el trato oficial a la República aún hoy es pusilánime para una Administración que acepta que existe una pluralidad de memorias, pero que no asume que la memoria es conflicto, y por tanto rechaza, en lugar de mediar como corresponde al mandato institucional. Las representaciones simbólicas que tiene Barcelona de la República permanecen en el patrimonio incómodo, inmoral, de la ciudad democrática. Sólo dos muestras. En 1939 las autoridades franquistas desarticularon el conjunto escultórico que Adolf Florensa y Josep Vilaseca habían realizado para conmemorar los valores republicanos de libertad, igualdad y virtud pública en el cruce del Paseo de Gracia con la Avenida Diagonal. El monumento, inaugurado en abril de 1936, estaba constituido por un obelisco en la cúspide del cual se alzaba una bella alegoría de la República en forma de mujer con gorro frigio, obra de Josep Viladomat, y un medallón con la efigie de Pi y Margall en la base. Los nuevos Jefes de Barcelona mantuvieron el obelisco y retiraron la joven y el medallón, sustituidos respectivamente por un aguilucho en la cima, el yugo y las flechas en la base, y una hierática escultura femenina, obra de Marés (que por cierto ya la había presentado en 1932 como símbolo de la República), por delante. El conjunto era una representación de La Victoria, y así se llamó la plaza para que no hubiera dudas sobre el tema. Fue un conjunto monumental vivo, ya que las manifestaciones antifranquistas de los años sesenta y setenta dialogaron con él atacándolo en repetidas ocasiones, un día un petardo, otro día pintura y de vez en cuando una pancarta, reprobaban el significado de aquella Victoria y recordaban a la ciudad que la resistencia existía. En 1981, el Consistorio sacó el pájaro, retiró yugos, flechas y otras expresiones franquistas, y de acuerdo con la baja intensidad simbólica de nuestra Transición, dejó en su lugar la pétrea mujer, desprovista ahora de semántica, y denominó la plaza Juan Carlos I. Podían haberle puesto un nombre más conceptual: Plaza de la Monarquía, por ejemplo. Así, aquella escultura de Marés habría simbolizado para siempre (disculpen la malicia) el vínculo entre la Victoria de la dictadura, la Ley de sucesión y la monarquía, en un perfecto palimpsesto de la República.
La foto del obelisco original, frente al actual, mutilado por la dictadura y tuneado por la monarquía.
(foto Ricard Martínez, 2010)
(foto Ricard Martínez, 2010)
Nueve años después, el Ayuntamiento rescató de sus almacenes la bella estatua de la República y el medallón de Pi y Margall. Los instaló en el otro extremo de la ciudad, en la plaza Llucmajor, formando parte de un conjunto diseñado por Helio Piñón y Albert Viaplana. Lo sorprendente no es sólo la pérdida de centralidad de la República en el espacio urbano, sino el encubrimiento de su significado, ya que en toda la plaza no hay ni un solo cartel que indique quién es esa señora desnuda que encima de un pedestal cubre su cabeza con algo tan parecido a la simpática barretina indígena. Ni quién es el anciano grabado en el medallón de su base. La República existe pero nadie lo sabe en el barrio, y menos en la ciudad. Algo parecido sucedió en el monumento a las Brigadas Internacionales ubicado en la Rambla del Carmel.
Mirando por su reverso, el monumento revela el saludo fascista que intenta disimular algo de vegetación.
(foto Ricard Martínez, 2010)
En su base, una lápida reproduce parte del discurso que Dolores Ibarruri pronunció en la despedida de Barcelona a los brigadistas. Lo interesante es la frase final: "No os olvidaremos, y Cuando el olivo de la paz florezca ... volved." Donde hoy aparecen los puntos suspensivos el texto del discurso decía: "entrelazado con Los Laureles de la victoria de la República española". En su momento la supresión causó polémica, pero quedó en nada. La República, ni mentar la, aunque los sujetos del homenaje combatieron por ella. La memoria democrática se encuentra en lo inmoral de la ciudad.
(foto Ricard Martínez, 2010)