(Gerda Taro © 2002. International Center of Photography/refotografía de Ricard Martínez, 2010)
Gerda Taro realizó esta fotografía en agosto de 1936, en la barricada de la Bretxa de Sant Pau. Así es como se conocía entonces el gran espacio que atraviesa la avenida del Paral·lel, frente a la, cada vez más resumida, fachada del Molino. Taro había llegado a Barcelona, una ciudad en un país en guerra, buscando una historia que explicase la suya. Les cuento.
15 o 20 días antes de que se tomara esta fotografía, había estallado una rebelión militar, co-producida por un amplio sector de la derecha. En Barcelona, el plan de los insurrectos consistía en ocupar los edificios de la Generalitat, en Sant Jaume, la Comissaria d’Ordre Públic, en Laietana, la Conselleria de Governació, en la plaza Palau y el de Telefónica, en la plaza de Catalunya, Además, estaba previsto hacerse con las encrucijadas que permitiesen controlar los movimientos de la ciudad. Éstas eran el Cinc d’Oros, en la Diagonal, la plaza de Catalunya, las de Universitat y Espanya, en el eje de la Gran Vía, la Bretxa de Sant Pau, en el Paral·lel, entonces Francesc Layret, y el portal de la Pau, al final de las Rambles.
Siguiendo este plan, la madrugada del 19 de julio, la explanada fue ocupada por el tercer escuadrón del 4º regimiento de Caballería, del cuartel de Montesa. Este cuartel estaba en la calle Tarragona. Ya no existe. Sólo un grupo de viviendas militares, en la calle Vilamarí, lo recuerda. La llegada de los militares a la Bretxa fue recibida con algún tiro y poco más. Enseguida se hicieron con el control de la zona. Desde allí, un grupo se dirigió a la División, en el Paseo Colom. Los que quedaron, ocuparon el Sindicato de la Madera, de la CNT, que estaba en la calle Roser. También emplazaron varias ametralladoras en la avenida del Paral·lel. Sabemos que una estaba en el quiosco que había frente al Molino y otra, junto a la entrada de la antigua estación del funicular. De esta manera, podían garantizar la comunicación entre los núcleos sublevados de la plaza de Espanya, la de Universitat y la División — hoy Gobierno Militar —. Llegado el caso, también podrían penetrar en el Poble Sec o el Barri Xino, para combatir la poca resistencia que preveían.
En esto estaban equivocados. Durante toda la mañana Las fuerzas de la CNT realizaron varios intentos por recuperar la explanada desde las callejuelas del Barri Xino. Aunque, con muy poco éxito y algunas víctimas. El lugar estaba muy bien defendido. Por eso, era necesario avanzar de portal en portal desde las calles Tàpies, Sant Pau, Lleialtat o Nou de la Rambla, que estaban batidas por fuego de ametralladora desde la avenida y la ronda de Sant Pau. Si algún valiente lograba llegar al Paral·lel, y pretendía cruzarlo, debía correr mas deprisa que las balas, o, pegarse al suelo, como un adoquín. Hacia mediodía, lograron acceder a las azoteas de algunos edificios con vistas al Paral·lel. Lo hicieron entrando por las puertas traseras de algunos bares. Gracias al fuego de cobertura que se pudo realizar desde allí, por fin pudieron alcanzar las calles del Poble Sec. Los militares estaban rodeados. García Oliver cuenta así el final del asalto:
Los militares, en derrota, se fueron replegando a los pisos del edificio en cuya parte baja funcionaba el music hall Moulin Rouge. Trepando por las escaleras de las casas de enfrente, al otro lado del Paralelo, desde las azoteas y desde dos ángulos de tiro, arrasamos los balcones del último piso, hasta que atado a la punta de un fusil apareció un trapo blanco en señal de rendición. Con toda cautela nos aproximamos, pegados a las paredes, hasta llegar al amplio portal de la casa. Allí estaban unos seis oficiales, en camisa, sucios de polvo, los puños cerrados a lo largo del cuerpo, mirando al suelo, ceñudos, firmes, casi pisando con las puntas de los pies. Seguramente esperaban ser fusilados en el acto.
Más lacónico, el fiscal del consejo de guerra que se celebró en el comedor del Uruguay, el 14 de setiembre de 1936, resumía así este episodio:
El tercer escuadrón, con un grupo de ametralladoras al mando del ex capitán Santos VillaIón Pérez llevando de oficiales a los ex tenientes Burgos García y a los ex alféreces Jesús Ortega López, Antonio Ramírez Descárrega y Rafael Pinós Carrasco, todos ellos procesados en esta pieza, salieron de dicho cuartel (de Montesa) en dirección a la avenida de Francisco Layret, donde hubo por espacio de varias horas un fuerte tiroteo entre las tropas y milicianos leales y el mencionado escuadrón hasta que fueron rendidos.
Los hechos anteriormente citados constituyen un delito de rebelión militar definido en e1 artículo 237, párrafo primero, del Código de Justicia militar y penado en el artículo 238, párrafo primero y segundo del mismo.
Este lugar del Paral·lel, es el único de Barcelona recuperado al asalto exclusivamente por fuerzas populares. Es cierto que paisanos de diversos partidos y sindicatos habían participado en la defensa de toda la ciudad. Pero siempre actuaban coordinados por fuerzas de gubernamentales y con armas que parecían sacadas del Palacio del Juguete. En el Paral·lel, en cambio, el ataque fue en todo momento dirigido por la CNT. Seguramente por eso, la barricada permanecería expuesta durante tantos días. Inicialmente, como un monumento a esas fuerzas populares. Pero, en seguida, convertida en un obstáculo para el tráfico.
La misma barricada, desde el lado opuesto de la avenida. Al fondo, en el centro de la imagen y confundido con la pared el edificio, el pirulí empapelado. Gerda Taro realizó su fotografía tras los sacos del primer término, en el interior de la barricada. Sobre uno de estos fardos hizo subir a su pequeño David.(Carlos Pérez de Rozas, julio de 1936. Arxiu Fotogràfic de Barcelona/Refotografía de Ricard Martínez, 2009)
Gerda Taro se acercó a aquella barricada a principios de agosto de 1936, hacia mediodía. Buscaba una historia. Posiblemente iba tras los restos de los combates de días atrás y se encontró que esta barricada se había convertido en el lugar de juego de los críos del barrio. Les hizo algunas fotos subidos a la barricada, jugando a ser milicianos. En una de ellas tras los chavales, reconocemos, las aspas del Molino. Escogió a uno de ellos y, sobre una peana, lo hizo posar como el David de Miguel Ángel.
No dispongo de una buena superficie sobre la que soportar la intencionalidad del parecido entre el posado del niño y la escultura. Tan solo la propia semejanza, que me parece más que razonable. De tener razón, el discurso de la fotografía sería evidente: un pequeño David que se atreve a luchar (victoria incluida) contra el gigantesco fascismo europeo. El niño está sobre un saco que ha caído de la barricada. Lleva en la cabeza un ros de papel, o celuloide, con las siglas FAI. Curiosamente viste pantalón largo. Entonces, y durante mucho tiempo, los niños llevaban pantalón corto todo el año. Recuerdo mi primer invierno de pantalones largos. Con ellos ya me sentía mayor. El niño de la foto va vestido de adulto para jugar a ser miliciano. Esto le da la solemnidad que Taró quería. El brazo izquierdo cae por el costado, mientras que, con dos dedos de la mano derecha, pellizca la ropa de la camisa. Mira de lado, como la escultura cabezona de Florencia. Curiosamente la posición de los brazos está invertida con respecto al mármol. Al darle las instrucciones, Taro debió tener la misma confusión lateral de quien pinta una N para ser leída del otro lado de un cristal.
Este motivo del pequeño David, será recogido poco después por Jaume Miravitlles, director del Comissariat de Propaganda de la Generalitat, para hacer otro icono: El més petit de tots. Una figurita de un niño vestido con una granota, el mono de trabajo que se hizo rápidamente tan popular entre los milicianos. Era una estatuilla que se vendía para sufragar los gastos de guerra. También lleva unos pantalones largos. Tanto, que, como nuestro pequeño miliciano, los arrastra. No creo que Miravitlles se fijara en la fotografía de Taro para recoger el testigo. Igual ni la conocía. Simplemente, era el motivo mas a mano para representar a las fuerzas populares desafiantes ante fascismo europeo, al que todo el mundo temía.
Ambos objetos, la estatuilla y la fotografía están impregnados de propaganda. La escultura también, pero esa es otra historia. La propaganda es un concepto muy mal visto en una fotografía. Tanto, que ni se ve. A pesar de ello, es un ingrediente importante en la imagen fotográfica. Especialmente en fotoperiodistas como Robert Capa, Centelles o esta fotógrafa pequeña y judía, como David, que vino a España a luchar con lo que tenía — una Rolley Flex — contra el gigante que le había echado de casa.